
Agua y energía: imprescindibles para una vida digna
4 de la mañana en una aldea del norte de Mozambique. Albertina se levanta para recorrer cinco kilómetros a pie hasta la vieja fuente, desde la que traerá para su familia veinte litros de un agua dudosa. A su vuelta, pasará buena parte del día en la casa, preparando la comida en una cocina vieja y poco eficiente, que carga el aire de un humo denso que hace toser a sus hijos.
La situación de Albertina es la de muchas mujeres en África subsahariana, América Latina o el sur de Asia. Los efectos sobre su vida (salud, educación y bienestar) de la falta de un acceso adecuado a agua y energía son compartidos por millones de personas en estas zonas del mundo. La falta de agua limpia causa el 80% de las enfermedades, y el humo de cocinas y calefacciones tradicionales causa al año más muertes que la malaria y la tuberculosis juntas.
Para Albertina, las carencias en agua y energía son dos caras de la pobreza, su principal problema, pero durante décadas ambos temas han funcionado como compartimentos estancos en la agenda de gobiernos, empresas y organismos internacionales. Desde hace un par de años, sin embargo, el nexo entre agua y energía ha pasado al primer plano de la agenda de desarrollo global por su importancia en grandes retos globales como el cambio climático, la lucha contra la pobreza y la sostenibilidad ambiental.
Según el último informe de Naciones Unidas sobre la materia, las proyecciones ofrecen un panorama en el que el crecimiento de la población mundial y de la economía – sobretodo en regiones emergentes – dispara la demanda de agua y energía. Teniendo en cuenta datos como que el 90% de la generación de energía es intensiva en su utilización de agua, o que ya hoy el sector energético es responsable del 15% de la extracción de agua, resulta evidente que la interdependencia entre agua y energía exige superar perspectivas sectoriales y avanzar hacia un enfoque integrado sobre ambos factores.
No es probable que alguien como Albertina tenga acceso a estos datos. El asunto clave para ella – y para millones de personas en circunstancias parecidas – es que su acceso al agua y la energía, esenciales para una vida digna, no quede relegado en una agenda centrada en los grandes números del crecimiento económico. De todos depende que no sea así.