
Energía y género: la pobreza energética no es neutral
Artículo de Miquel Scoto, del Área Sectorial de Energía de ONGAWA
La pobreza afecta a hombres y mujeres de manera muy desigual, especialmente en los países en desarrollo. Basta con entender que de los más de 1.700 millones de personas que viven en situación de pobreza, al menos el 70% son mujeres.
Debido a los roles tradicionales de la mujer, sobre ella recae gran parte de la carga de cuidados. La falta de acceso a la energía agrava esa carga para las mujeres de los países en desarrollo y con ello afecta a su salud, el desarrollo de sus capacidades y le imposibilita ejercer sus derechos en plenitud.
En los países en desarrollo la mayor parte del consumo de energía requerida para usos domésticos (cocción de alimentos, iluminación y calefacción) así como para la actividad agrícola de subsistencia, está en manos de la mujer. Pero la invisibilidad de estas tareas de cuidados en las grandes cifras que caracterizan una economía nacional provoca un grave sesgo de género que se da en la pobreza energética.
Las microempresas manejadas por mujeres (muy importantes para las economías de los hogares) tienden a necesitar energía por ejemplo para iluminar o para trabajos en artesanía. Actividades que generalmente se llevan a cabo de noche después de las tareas domésticas y agrícolas y en las que la falta de energía adecuada tiende a degradar la habilidad de la mujer para operar de forma segura y rentable sus actividades económicas.
El suministro de energía público y privado tampoco es neutral en los asuntos de género. Las mujeres usan la energía y la electricidad en tareas muchas veces distintas que el hombre, pero a pesar de la gran responsabilidad de la mujer en el manejo de los recursos energéticos, sus necesidades no se ven representadas en los procesos de planificación y toma de decisiones sobre suministro en hogares y comunidades.
Sin acceso a fuentes de energías limpias y asequibles, las mujeres emplean horas para cocinar mientras inhalan humos y gases nocivos. Según la Organización Mundial de la Salud (OMS) las mujeres expuestas a estas condiciones en los hogares tienen tres veces más probabilidades de padecer neumopatías obstructivas crónicas que las que utilizan combustibles limpios. En la quema de biomasa, los humos y las cenizas están relacionados con enfermedades oculares y es potencial causa de accidentes debido al contacto directo con fuego.
Además, el abastecimiento de combustible depende tradicionalmente de mujeres y niñas por lo que serán las principales beneficiadas de la mejora de los servicios energéticos. El tiempo y el esfuerzo físico que invierten en esa actividad limitan sus capacidades para participar en actividades educativas, de desarrollo personal y de generación de ingresos.
Por otro lado, más allá del ámbito doméstico los centros de salud tampoco pueden dispensar atención sanitaria adecuada sin energía. Los dispensarios y hospitales que carecen de electricidad ven limitado el número de servicios que pueden ofrecer y la calidad de los mismos. Frecuentemente, la pobreza energética impide el acceso de las embarazadas a algunos servicios de atención prenatal que pueden salvar vidas. Y las cifras vuelven a hablar por sí solas: según la Agencia Internacional de la Energía (IEA, 2013) el 99% de todas las muertes durante el parto se producen en países en desarrollo con servicios de salud deficientes.
A pesar de todo lo anterior, las mujeres deben ser vistas no exclusivamente como víctimas de la pobreza energética sino como agentes de cambio. Posibilitar el acceso de las mujeres a servicios energéticos limpios y sostenibles para alimentación, iluminación y calefacción del hogar y con fines productivos tiene enormes beneficios sobre su salud y tiene consecuencias muy positivas sobre los niveles de empoderamiento de la mujer, su nivel de educación, nutrición y multiplica sus oportunidades económicas y su participación en actividades comunitarias.
Desde ONGAWA reivindicamos el necesario enfoque de género en la lucha contra la pobreza energética. Las mujeres deben tomar un papel activo en los programas de desarrollo y en particular en los relacionados con la energía y esta participación no sólo debe realizarse mediante la consideración y expresión de sus necesidades energéticas, sino que deben participar en los asuntos relacionados con la definición y gestión de los programas. E ir más allá de los roles de la mujer (centrados tradicionalmente en las necesidades domésticas) consiguiendo la participación de la mujer en ámbitos productivos y en los espacios de decisión públicos logrando una participación activa y equitativa de hombres y mujeres.