Experiencia de un voluntariado de ISF ApD en Mozambique
Desde la región de Cabo Delgado, Antonio Ramiro, socio y voluntario de ISF ApD, cuenta las impresiones que se llevó de su estancia en uno de los proyectos llevados a cabo en Mozambique.
Desde que hace unos cuatro años comenzara a dedicarme más intensamente a la Cooperación para el Desarrollo como voluntario, siempre me ha llamado la atención, supongo que como a todo el mundo, visitar aquellos proyectos que suponían la materialización de todo lo que desde el norte impulsamos.
Comprobar in situ cómo el trabajo que tantos voluntarios llevamos a cabo día a día realmente repercute en la mejora de las condiciones de vida de las personas del sur es, a la vez que gratificante, un estímulo para continuar dando sentido a lo que hacemos desde aquí.
Al mismo tiempo, está claro que sólo desde el conocimiento profundo de las comunidades beneficiarias se pueden diseñar y ejecutar proyectos realmente eficaces, así como que sólo estudiando los resultados reales obtenidos en las comunidades del sur podemos comprender las razones por las que quizás algunas acciones no consiguen obtener los resultados esperados.
Durante las dos primeras semanas de agosto de este verano de 2.010 he tenido la oportunidad de formar parte de una de las denominadas Estancias en Terreno de Ingeniería Sin Fronteras Asociación para el Desarrollo en la región de Cabo Delgado, al norte de Mozambique.
Tengo que reconocer que emprendía el viaje no sin ciertas dudas, todas ellas relacionadas con lo idóneo de una estancia que en ocasiones supone un compromiso para las personas que están allí y que siempre aumenta su ya de por sí abultada carga de trabajo.
También me inquietaba la posibilidad de no poder compensarles de alguna manera con ninguna tarea que, aunque pequeña, sirviese para descargar a los técnicos y coordinadores en sus labores diarias.
Sin embargo al aterrizar en Pemba (eso sí, sin mi maleta, que no llegó hasta varios días después) bastó una primera charla con David Vilar, Coordinador del Programa, para que se despejaran todas mis inquietudes.
Los coordinadores de las distintas líneas del proyecto me habían organizado un estupendo plan de trabajo que consistiría en, durante la primera semana, recorrer varios de los centros de salud rurales que allí se están equipando y, durante la segunda, permanecer en una de las aldeas a las que se ha dotado de una fuente de agua mejorada realizando encuestas y mediciones.
Y a ello nos pusimos:
Al recorrer Cabo Delgado, lo primero que te llama la atención (además de la belleza de la bahía de Pemba, que es preciosa) es la precariedad de las viviendas en las aldeas. Entre mangueiras, baobabs, bananeras y cajueiras se levantan dispersas casas de palo, cañas y barro, con tejados de paja de capim que, con suerte, habrá que cambiar sólo cada tres o cuatro años. Los que pueden permitírselo sustituyen el capim por una plancha de zinc que en el asfixiante verano mozambiqueño debe de hacer de la casa un verdadero horno.
En el entorno rural la vida comienza al apuntar el día, sobre las cuatro de la madrugada, con los primeros viajes acarreando agua desde los pozos o las fuentes hasta las casas.
Poco después, se parte hacia las machambas, pequeños trozos de tierra donde cultivar mandioca, maíz, guisantes o cacahuetes que sirven de base de su alimentación.
En ocasiones estas machambas se encuentran a varias horas de camino, por lo que no es extraño, sobre todo en las aldeas de mayor población, que la mujer permanezca allí al cuidado de los cultivos varios días mientras el marido va y vuelve a la aldea.
La tierra se trabaja con las manos. No hay tradición ganadera ni bestias que ayuden en las machambas, que dan poco más que para el sustento diario (no puedo imaginar cómo se sobrevive si se presenta un año de sequía).
El tiempo que resta se emplea en la preparación de harinas de mandioca y en el pelado de guisantes y cacahuetes y en cocinar en un hornillo metálico o una cocina macúa, que no es más que una cacerola soportada en tres piedras entre las que se ha encendido un fuego de leña.
Al final del día (anochece en esta época muy temprano, sobre las seis de la tarde) la familia se reúne, conversa con los vecinos y se cuentan las historias de la jornada.
Me ha gustado mucho el trabajo de ISF en estas aldeas. Apoyándose en la contraparte local AMEC, la Asociación Mozambiqueña de Educación Comunitaria (impresionante e imprescindible su trabajo), se trata, por una parte, de organizar la estructura que gestionará las fuentes de agua mejorada que se han construido.
Es complicado, pues hay que primero convencer a la población local de que es más saludable emplear el agua de las fuentes mejoradas que las de sus pozos tradicionales (un agua lechosa que deben hervir antes de beberla) aunque les quede algo más lejos.
El agua de las fuentes nao pega sabao (no hace espuma), comentan las mujeres de las aldeas, así que toman la de los pozos para lavar sus kapulanas y, de paso, beber y cocinar con ella.
La gente confía en AMEC porque son de los suyos. Son macúas y hablan la lengua macúa, la que hablan las personas que no han aprendido portugués en la escuela. (Por cierto, el gobierno ha logrado crear y mantener una escuela en casi cada una de estas aldeas, un gran mérito aunque la escuela sea en ocasiones tan sólo la sombra de una gran mangueira).
Apoyándose en telas con dibujos en acuarela muy simples, les explican cómo hay que lavarse las manos antes de cocinar y amamantar a sus niños y después de ir a la letrina. Parece que el número de casos de diarreas y cólera han disminuido sensiblemente en los últimos años.
Sin embargo, no siempre ha sido así. Años atrás, bien por desconfianza, bien por bulos creados por la oposición a los jefes de las aldeas a quienes no interesaba que la situación de la comunidad mejorase, les gritaban, les lanzaban piedras y eran incluso perseguidos con machetes.
Bastaba que coincidiese una visita a la aldea con una nueva epidemia de diarrea o cólera para que se retrocediese de nuevo en un trabajo que había costado meses avanzar.
Hoy en día es diferente. Los facilitadores de AMEC son respetados y su labor como interlocutores entre ISF y la población local es muy importante. Junto a ellos, se está tratando de transformar las improvisadas viviendas de pau a pique en casas modelo.
Para convertir una casa tradicional en una casa modelo se le añade una valla de bambú que marca el perímetro del patio, o quintal, de la vivienda. Esta es una primera separación entre los animales de la aldea (cerdos y gallinas, fundamentalmente) y las personas.
Dentro del quintal hay que construirse una letrina, un biombo de bambú que haga las veces de ducha con un cubo y una jarra, un tip-tap, que es un invento genial para lavarse las manos, y una estructura de bambú para colocar los útiles de cocina separados de los animales.
Además, es necesario que haya también un pequeño granero elevado del suelo para conservar el maíz, los guisantes y la mandioca secos y alejados de los insectos y, muy importante, un hoyo excavado para acumular y quemar la basura, de manera que al llenarse pueda ser tapado y abrirse uno nuevo al lado.
Convertir todas las casas de la aldea en casas modelo es algo bastante ambicioso y que tendría un enorme impacto en términos de mejora en la higiene de la población.
Más complicado aún resulta si se tiene en cuenta que las reformas necesarias las tienen que hacer los propietarios al volver de sus machambas.
Aún así, en una aldea de ciento cincuenta casas como Hempere, pueden verse ya una decena de casas modelo completas y la gran mayoría de ellas cuenta con algunos de sus componentes.
Durante los días que Yulissa (también voluntaria de ISF) y yo hemos permanecido en Hempere hemos podido compartir la forma de vida de la aldea.
Siempre acompañados por una persona de AMEC, hemos dormido en una de las casas de agua que se construyen para alojar las reuniones de los gestores de las fuentes, no sin ciertas dificultades.
La segunda noche, nadie supo por qué, mi cama apareció llena de hormigas que, tras intentar sacudir colchón y estera para intentar ahuyentarlas, me obligaron a pasar el resto de la noche en la puerta de la casa arropado con una manta.
Después averigüé que lo más efectivo en estos casos es apoyar las cuatro patas de la cama sobre platos llenos de agua. Tras asearnos en una modesta letrina a la intemperie rodeada de tan sólo unas paredes de caña y previo paso por la fuente para traer un cubo de agua, encendíamos el hornillo de carbón para calentar algo de leche y matabichar (desayunar) y marchábamos casa por casa marcando sus coordenadas para medir la distancia a la fuente y entrevistando a sus habitantes con el fin de recabar datos sobre consumos y usos del agua limpia.
Con nuestro facilitador como intérprete (aunque al final acabas entendiendo y aprendiendo a hablar macúa y eso es algo que les sorprende y divierte muchísimo) las encuestas sirvieron de excusa para charlar con los miembros de la comunidad. Así, supimos de sus inquietudes, de sus problemas y alegrías, y también de su aislamiento.
En los Centros de Salud Rurales el trabajo es diferente. ISF se encarga de equiparlos de energía, agua limpia y comunicaciones.
Aunque el arranque de los proyectos fue lento y lleno de dificultades, hoy día en la mayoría de los dieciocho Centros de Salud que el gobierno estatal ha reformado o reconstruido y en los que trabaja ISF cuentan con paneles fotovoltaicos, una emisora de radio y una fuente de agua limpia exclusiva para uso del Centro.
Se consigue de este modo hacer posibles cosas tan básicas como que los pacientes no tengan que acarrear su propio agua hasta el Centro de Salud cuando caen enfermos, que puedan realizarse intervenciones o partos de noche sin ser a la luz de las velas y candiles o que puedan enviarse a través de la emisora avisos sobre posibles epidemias, petición de medicamentos o consultas al doctor de la zona (en los centros de salud tan sólo suele haber un enfermero, un ayudante y un sirviente).
Aun así, uno se sigue impresionando al contemplar las largas colas de personas a la espera de ser atendidas.
Muchas de ellas caminan kilómetros hasta el Centro de Salud, ya que en estas provincias las aldeas se encuentran muy dispersas y no hay vías de comunicación entre ellas.
Nuestro trabajo en los centros de salud ha consistido en tomar información para la elaboración de los planos definitivos de las instalaciones. Hemos revisado los planos de una decena de los centros y marcado las coordenadas de edificios, letrinas, vallado, etc.
Acabado el trabajo en las aldeas volvemos a la sede. Avanzando lentamente por una carretera de tierra naranja polvorienta y llena de baches, salpicada siempre de personas de aquí para allá transportando leña, agua, bambú, capim sobre sus cabezas, no puedes evitar pensar en hacia dónde y de qué manera evolucionará el país.
Queda mucho por hacer: mejorar las infraestructuras de transporte para facilitar el intercambio comercial local, introducir medios mecánicos para aumentar la producción del campo, dotar de energía eléctrica las zonas rurales, …
En cualquier caso, tendrán que ser ellos mismos, a través de sus gobiernos y sus instituciones (el programa de ISF también contempla el fortalecimiento institucional, tan imprescindible), quienes lo decidan y, cuando lo hagan, allí deberemos estar nosotros para prestarles la ayuda que necesiten.
Antonio Ramiro Barroso
Socio y voluntario de ISF-ApD