
Huella Social de la actividad empresarial: medir o no medir
Supongamos que una empresa está interesada en mejorar los impactos de su actividad sobre el entorno social de su operación (Huella Social), o en aumentar el valor que genera más allá de sus números económicos. Al margen de si sus motivos se relacionan con su reputación, con la licencia para operar o con la incorporación estratégica de la sostenibilidad a su modelo de negocio, si la empresa no dispone de información significativa sobre sus impactos – o, mejor, sobre el valor social que genera – difícilmente podrá ajustar su estrategia y operación para alcanzar esos objetivos. Si no lo mides, no existe, reza el tópico.
Esta perspectiva permite situar la responsabilidad y el compromiso empresarial con la sociedad en el territorio de la acción y las herramientas. Los medios que una empresa pone al servicio de obtener información fiable sobre su impacto social y ambiental dicen probablemente más de sus valores que todas sus declaraciones y notas de prensa. Al fin y al cabo, se gestiona y se mide lo que se valora.
Medir o no medir la Huella Social es la cuestión, pero a pesar de la previsible retórica a favor de lo primero abundan los argumentos más o menos explícitos en contra de la medición de los impactos y el valor no financiero de la empresa. Los costes de disponer de información consistente pueden ser altos y no siempre es fácil establecer las relaciones causales entre operación e impacto, por lo que la medición quedaría limitada a la primera división de los enormes cuadros de indicadores alimentados por complejas metodologías (y de las grandes facturas de firmas consultoras).
Incluso en el caso de negocios inclusivos, que aspiran a producir bienes y servicios de alto valor social para grupos vulnerables, se argumenta contra la pertinencia de medir su impacto apelando a la necesidad de delimitar claramente entre negocio y acción social. Esos límites quizá tengan que ver con el hecho de que grandes empresas dediquen recursos a medir (y comunicar) el impacto de su acción social y no tantos a conocer el de sus operaciones. Pero, ¿puede hablarse de negocios que incluyan a la Base de la Pirámide sin medir ese grado de inclusión ni valorar cómo afecta su actividad a las personas agrupadas bajo esa etiqueta? Nadie dijo que fuera fácil…
Suponer que una empresa quiere mejorar su impacto sobre variables de sostenibilidad y desarrollo humano de los entornos en los que opera se convierte en un acto de fe si esas variables no forman parte de lo que la empresa conoce y gestiona. Remarcar la frontera entre lo que forma parte del núcleo de negocio (y por tanto debe medirse), y lo que no lo es (que admite estimaciones más o menos superficiales), resulta menos realista que nunca e ignora la creciente convergencia entre los riesgos financieros y los sociales y ambientales.
Y en la medida en que la rendición de cuentas y la comunicación con los grupos de interés es tan importante para una gran multinacional como para una pequeña empresa, conocer los impactos sociales y ambientales es la base para que esa conversación tenga sentido a cualquier escala territorial. En regiones y países en desarrollo, los costes de esa medición pueden reducirse en la medida en que se concentre el proceso sobre los aspectos más significativos y, sobretodo, se incorpore la experiencia y el conocimiento de gobiernos locales y organizaciones de la sociedad civil. Si se pone el foco de la medición de Huella Social en los derechos de las personas más vulnerables, la cuestión es qué medir, y con quién.
Este mes un informe del influyente MIT Sloan Management Review señalaba la colaboración multiactor, y la incorporación de conocimiento e ideas de ONG, gobiernos y otros actores, como una de las claves para que la gestión empresarial afronte eficazmente grandes retos globales como la pobreza o el cambio climático. Por su parte, el World Business Council for Sustainable Development apunta específicamente a la medición de impactos socioeconómicos como un espacio para impulsar la colaboración entre empresas, gobiernos y sociedad civil.
Para las ONG se trata de una oportunidad para incidir sobre empresas con influencia directa en las opciones de desarrollo y lucha contra la pobreza de territorios y poblaciones, así como de explorar modelos innovadores para enfrentar esos problemas. El reto está en no malgastar conocimientos, recursos y legitimidad en ejercicios retóricos, y ponerlos (mantenerlos) al servicio de los intereses y los derechos de las poblaciones vulnerables, incluyéndolos en el núcleo de decisión y gestión de las empresas.
Jose Manuel Gómez
Área de Empresa y Desarrollo de ONGAWA
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Midiendo la Huella Social de las Empresas