La Cumbre de París. El día después

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Este fin de semana se ha aprobado el Acuerdo de París. Un acuerdo aprobado por unanimidad por toda la comunidad internacional, que partía de posiciones muy diversas y hasta opuestas, y que por tanto sólo ha sido posible rebajando las posiciones iniciales. De ahí que podamos encontrarnos con valoraciones globales que van desde el acuerdo más importante alcanzado por la humanidad, a la puesta en escena de un “fraude” que será incapaz de frenar el calentamiento del planeta, y múltiples comentarios sobre cuestiones específicas del acuerdo.

Resulta indudable que existen aspectos positivos, entre los que destaca que el acuerdo lanza una señal a los gobiernos, a la ciudadanía y también a los mercados, de que la era de los combustibles fósiles tiene fecha de fin. París supone en cierta medida un cambio de timón hacia una transición energética inevitable basada en las renovables. Se ha alcanzado un consenso mundial sobre la necesidad de no superar el incremento de 2ºC en la temperatura mundial (incluso se mencionan los 1,5ºC demandados por la comunidad científica), y sobre la necesidad de que todos los países contribuyan a alcanzar los objetivos comunes a través de planes específicos que tienen que presentar y actualizar periódicamente.

Los aspectos negativos provienen de un acuerdo amplio en el que cabe todo: para bien, pero también para mal. Según la comunidad científica, en los compromisos concretos de reducción de emisiones hechos antes de París (en la Cumbre no se han adoptados otros nuevos) no se ha incluido explícitamente la necesidad de la descarbonización, debido a las presiones de los países productores de petróleo. Tampoco se han concretado medidas que podrían acelerar la necesaria transición, como la aplicación de tasas directas al carbono. Además, el horizonte de emisiones netas cero se deja abierto para su cumplimiento a lo largo de la segunda mitad de este siglo, y algunas economías en desarrollo, como China o India, que son grandes generadoras de emisiones, no se han comprometido a reducirlas.

Tampoco se ha avanzado en la concreción de la financiación de los países desarrollados para la mitigación y la adaptación de los países en desarrollo de aquí a 2020. Se mantiene el objetivo de 100.000 millones de dólares anuales, pero sin concretar la hoja de ruta. Y sin una inversión financiera real muchos de los puntos del acuerdo pueden quedarse en papel mojado.

Existe otra situación inquietante que pone en duda la credibilidad de este Acuerdo, y es la incoherencia entre las posiciones de algunos países a nivel internacional en París respecto a sus políticas nacionales, como es el caso de España y Reino Unido en el ámbito de las renovables. Además, que el acuerdo no sea vinculante en términos de compromisos nacionales, que siguen siendo voluntarios, lo hace depender de la sensibilidad de los políticos gobernantes a la problemática del cambio climático.

El Acuerdo de París es un argumento más que avala la necesidad de una transición energética inmediata y de patrones de consumo hacia un modelo sostenible y justo, teniendo en cuenta que los más vulnerables son quienes menos responsabilidad tienen en la situación actual y quienes más sufren las consecuencias, y por tanto deben ser parte fundamental de las acciones de adaptación y de las reparaciones de daños y pérdidas.

El 12 de diciembre de 2015 en París se ha cerrado una etapa de negociaciones entre Gobiernos, y se abre otra nueva en la que las organizaciones sociales y toda la ciudadanía tenemos que estar vigilantes para para que las promesas se hagan realidad de forma urgente. ¡Debemos seguir actuando!

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