
Mujeres perdiendo el miedo
María Elena Palacios tiene 47 años y un hijo. Vive en Chanchapamba, en la provincia de Cajabamba, y es la coordinadora de una red empresarial que reúne a pequeños productores y productoras de quinua para mejorar su capacidad de gestión y comercialización.
Lleva años formándose –“desatendiendo”, como ella dice, su casa, su hijo y su marido – para poder llegar a ser lo que es hoy, una de las mayores productoras de la zona. Cultiva quinua, papa, maíz, lentejas y guisantes, y también cría cuy, un pequeño roedor cuya carne es muy apreciada.
En el vídeo habla de lo que le aporta su participación en los talleres de Ofimática que ONGAWA está desarrollando en la zona para mejorar a través de las TIC las capacidades de los pequeños productores y productoras de quinua y sus condiciones de acceso a los mercados naciones e internacionales.
Su firme voluntad de formación y participación han llevado a María Elena a multiplicar su presencia en proyectos, iniciativas y espacios de todo tipo: el año pasado fue seleccionada para asistir a Mistura, la mayor feria gastronómica de Latinoamérica. Vendió en tres días los 700 kg. de quinua que llevó, y para ella esa fue su mayor recompensa a tantos años de esfuerzo.
La red empresarial que lidera es una de las diez que ONGAWA está fortaleciendo en la zona, con apoyo de la Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo, aplicando las TIC para mejorar tanto su producción como su articulación en los mercados.
María Elena es una lideresa, un ejemplo a seguir. Quiere seguir formándose, por ella y por su familia, pero sobretodo sueña con que los campesinos y campesinas de Cajabamba se conviertan en los mejores productores de quinua del Perú. Como Ana, Maela o Clara, es una de las mujeres de Cajabamba que han perdido el miedo a participar, a actuar, a decir. Son la esperanza de una provincia en la que el 70% de la población es pobre.
Ana Romero tiene 38 años y viene desde el Caserío de Serín, en el Distrito de Condebamba, en la provincia de Cajabamba. No deja nada sin apuntar en las formaciones y cuando ella no puede asistir viene su marido. Se dedican al cultivo de quinoa y a la crianza de cuy. Quiere que su hijo sea ingeniero.
Es la tesorera de una de las redes empresariales que ONGAWA está fortaleciendo en la zona, con apoyo de la Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo, aplicando las TIC para mejorar tanto su producción de quinua como su articulación en los mercados.
Al principio tenía miedo, cuenta en el vídeo, a encender el ordenador, pero está convencida de que tanto ella como sus compañeras en la red empresarial deben dedicar tiempo a formarse y mejorar sus capacidades.
Maela Tafur vive con sus tres hijos en Marabamba (Cajabamaba), un caserío aislado a 3.200 metros de altitud. Gestiona una pequeña tienda de abastos en su propia casa. Quiere que sus hijos puedan vivir allí – “se vive muy tranquilo” -, pero para eso necesita mejorar la producción de sus cultivos.
Par asistir a los talleres de formación se levanta a las 3 de la mañana, camina durante tres horas hasta la parada del autobús que la lleva a Cajabamba después de dos horas de viaje. No se ha perdido ni una sesión.
Maela es tesorera de una de las redes empresariales que ONGAWA está fortaleciendo en la zona, con apoyo de la Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo, aplicando las TIC para mejorar tanto su producción de quinua como su articulación en los mercados.
Clara es la tesorera de la asociación de productores de una de la zonas más secas y pobres de la provincia – y del país. Vive con su marido y sus dos hijos en Chichir, en el distrito de Cachachi. Su asociación es una de una de las redes empresariales que ONGAWA está fortaleciendo en la zona, con apoyo de la Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo, aplicando las TIC para mejorar tanto su producción de quinua como su articulación en los mercados.
Clara venía a las sesiones de formación con su marido y sus dos hijos. Los primeros días él se quedaba fuera, esperando, y los niños estaban junto a ella durante las formaciones. A su mano le costó acostumbrarse al ratón y los pequeños le impedían a veces seguir las clases. Varios días después, consiguió que su marido se quedara fuera con los niños mientras ella progresaba rápidamente en el manejo del ordenador… Ya no le tiembla la mano al coger el ratón.
Gladys vive en Lluchubamba, en el distrito de Sitacocha, y es socia de una de las redes empresariales que ONGAWA está fortaleciendo en la zona, con apoyo de la Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo, aplicando las TIC para mejorar tanto su producción de quinua como su articulación en los mercados.
Tiene 37 años y dos hijos, y asiste a los talleres de formación para transmitir luego lo aprendido a sus compañeras de la red. Lo que más le gustó de la formación en ofimática fue abrir sus propias cuentas de correo electrónico y de Facebook.